martes, 19 de enero de 2010

APUNTES POSTERIORES DE UNA TORMENTA EN ROMA


Tras ofrecer ofrendas florales a cuanta víctima judía de cualquier orden hubiere, habiendo escuchado reivindicaciones absolutas de que Tierra Santa debe ser judía, tras pisotearse la memoria de Pío XII, y con un discurso papal de tono filo hebreo, muchos judíos no han quedado aún conformes con la visita del Papa Benedicto XVI a la Sinagoga de Roma.

Por ello veamos qué es lo que creemos puede entenderse, de uno y otro lado, por “reforzar los vínculos fraternos” entre la Iglesia y los judíos.

En estricta verdad, la Iglesia no tiene nada por lo que pedir perdón a los judíos, al pueblo deicida; ni es hermana, en paulina frase, de la sinagoga de Satanás.

Tampoco es deber de la Iglesia buscar una “hermandad” fraterna con los judíos, sino antes bien es obligación de la misma procurar su conversión, para bien de estos.

Podría decirse que los judíos tienen derecho a que la Iglesia busque su conversión a fin de encontrar la salvación en Jesucristo.

Entonces, cuando se habla de estrechar los vínculos fraternos entre la Iglesia y la Sinagoga, ¿qué se quiere decir realmente?

El rabino de Roma ha dejado claro qué concibe como “hermandad” entre católicos y judíos. Ha mencionado la tragedia de Caín y Abel, para luego referirse al ejemplo de José y sus hermanos: con un comienzo desdichado y un final de reconciliación, sólo cuando los hermanos de José reconocen su error y se sacrifican unos por otros.

En clave victimista judía, y por el contexto, es evidente que alude a Caín y a los hermanos de José refiriéndose a la Iglesia Católica.

Y se pregunta sobre qué estamos dispuestos a hacer para reforzar el lazo “fraterno”: “cuando se reconoce el error y se sacrifican unos por otros”.

O sea, humíllese –aún más- la Iglesia ante la Sinagoga, y sacrifíquese por ella.

Todo un programa para llegar al culmen del proceso de judaización de la Iglesia, iniciado por Juan XXIII -a quien se nombró en la tarde del Domingo-, proseguida por Pablo VI (la declaración Nostra Aetate, firmada durante su pontificado, fue la “joya del día”), y que llegara a mucho más con Juan Pablo II (quien fuera aplaudido varias veces ).

Para Benedicto XVI, el concepto de hermandad que refirió les hace bien el juego a las doctrinas victimistas de unos, y a los escrúpulos de culpa de otros. Y a los que en cátedras y periódicos dan abultada cuenta de ello.

Pues tras cantarse en hebreo el salmo 133 (…Qué bueno y agradable es que los hermanos vivan unidos…), en su discurso a la Sinagoga de Roma, el Papa ha dicho: “la Iglesia no ha dejado de deplorar las faltas de sus hijos e hijas, pidiendo perdón por todo aquello que ha podido favorecer de cualquier modo las heridas del antisemitismo y del antijudaísmo ¡Que estas heridas puedan ser curadas para siempre!”

“Vuelve a la mente la sentida oración en el Muro del Templo, en Jerusalén, del Papa Juan Pablo II el 26 de marzo de 2000, que resuena verdadera y sincera en lo profundo de nuestro corazón. Dijo: “Dios de nuestros padres, tu has elegido a Abraham y a su descendencia para que tu Nombre sea llevado a los pueblos: nosotros estamos profundamente doloridos por el comportamiento de cuantos, a lo largo de la Historia, les han hecho sufrir, a esos que son tus hijos, y pidiéndote perdón, queremos comprometernos a vivir una fraternidad auténtica con el pueblo de la Alianza”.

Bien claro a quiénes les hace el juego estos dichos, por lo demás carentes de sustento. La Iglesia misma ha sido víctima de los regímenes por los que la Jerarquía no se cansa de pedir perdón.

Luego, estos llamativos pasajes del discurso del Papa, “El compromiso por preparar o realizar el Reino del Altísimo en el cuidado de la creación confiada por Dios al hombre” y también “Con el ejercicio de la justicia y la misericordia, judíos y cristianos están llamados a anunciar y a dar testimonio del Reino del Altísimo que viene, y por el que rezan y actúan cada día en la esperanza”, son seguidos, tras su discurso, por el himno Anì Maamin, que es un himno de espera del Mesías prometido.

Más valiera recordarles sin ambigüedades, y para su bien, que el Mesías ha venido ya, y que sólo volverá en su Parusía. Que no adoramos a un mismo Dios, puesto que en esta etapa de la economía de la salvación no puede negarse al Dios Uno y Trino. Que los herederos de la promesa, los destinatarios de la Alianza Eterna, y los verdaderos descendientes de Abraham, lo son por la Fe en Jesucristo, y que nadie va al Padre sino por Él.

Recuérdesele pues a Pedro, cual gallo en la aurora, que ha negado ya a su Señor tres veces: tal vez entonces, de su arrepentimiento tome coraje y hable como en su primer discurso en Pentecostés:

“Israelitas, escuchen: A Jesús de Nazaret, el hombre que Dios acreditó ante ustedes realizando por su intermedio los milagros, prodigios y signos que todos conocen, a ese hombre que había sido entregado conforme al plan y a la previsión de Dios, ustedes lo hicieron morir, clavándolo en la cruz por medio de los infieles. Pero Dios lo resucitó, librándolo de las angustias de la muerte, porque no era posible que ella tuviera dominio sobre él.” (Hechos 2
, 22-24).

Constantino.

Tomado de Santa Iglesia Militante.