domingo, 22 de agosto de 2010

EL ECUMENISMO: TRAICIÓN A LA VERDAD

José Andrés Segura Espada
En el ecumenismo actual cuando se dice: todos sean uno, se está indicando un deseo de unidad y, para que esto pueda darse, el grupo que formaría esta unidad debería tener una misma y sola fe, un solo régimen de gobierno y magisterio, y unos mismos sacramentos.

Porque no se puede olvidar que no sólo peca gravemente quien rechaza todas las verdades de fe, sino también el que rechaza una sola, ofende a Dios y se pone en enemistad con Él y al margen de su Ley.

El falso ecumenismo trae consigo el indiferentismo religioso, la pérdida de la fe, la desconfianza de los fieles en la palabra revela y el desprestigio de la Iglesia.

¿Quién promueve el falso ecumenismo? Los falsos apóstoles, obreros tramposos que, a fuerza de años, han ido adulterando la verdad, corrompiendo la doctrina, eliminando todo vestigio y señal de piedad y de adoración, preparando así el camino de un falso ecumenismo que trae muchos males a la Iglesia y una espantosa confusión a muchas almas. Un falso ecumenismo que acaba destruyendo la verdad.

¿Cuándo suceden todos estos males? Cuando, por atraer a otras religiones, se desvirtúan los sacramentos, se ocultan los dogmas y se manipula la verdad revelada. Es decir, cuando se trata con otras religiones, las verdades de fe reveladas sufren violencia, porque o se calla aquello que suscita polémica o no se dice toda la verdad: suavizando aquello que hiere y postergando aquello que separa, dejando que la verdad no resplandezca y ocultando la luz debajo del celemín.

El falso ecumenismo es una mezcla del bien con el mal.

La mentira la convierten en verdad, y a la verdad en mentira; y de esta terrible deformación, nace la confusión de ideas, que lleva al paganismo y a la incredulidad.

Insisten en este concepto: “Es más lo que nos une que lo que nos separa”, cuando deberían ser conscientes, no de la cantidad de lo que une, sino la calidad de lo que los separa; y como están de acuerdo en alguna verdad, ésta les basta; en las demás verdades que no comparten y que son esenciales para un hombre de fe, no quieren pronunciarse para no suscitar contiendas; por eso, unos callan, y otros no dicen toda la verdad; y por un deseo de unidad adecuan la verdad a la mentira.

Transigir con el mal es como consentirlo, y esto es como tomar parte de las obras de las tinieblas, lo que no es bueno y, por tanto, no puede agradar a Dios. Aquellos que transigen con el mal son tan culpables como los que lo ejecutan.

La mayor confusión de ideas se origina cuando se pretende que la mentira se convierta en verdad, y la verdad en mentira.

La verdad y la mentira son antagónicas, no puede existir entre ambas una unión ni pacífica ni justa, porque la virtud mal se aviene con el vicio.

No se puede aceptar como verdad lo que es mentira, ni acoger el error como camino para encontrar la verdad.

Una verdad a medias o la verdad incompleta se convierte en mentira; una verdad entre un cúmulo de mentiras, no basta como principio de unidad.

La verdad siempre ha sufrido violencia, la verdad es combatida y a la verdad se le hace la guerra.

Es totalmente necesario renunciar a la mentira y abrazar la verdad para que brille la luz esplendorosa del Evangelio. No es posible construir la verdad sobre la mentira, ni la mentira puede convivir con la verdad; la una a la otra se hacen la guerra, porque la mentira tiene por padre a Satanás.

Una sola mentira corrompe la verdad.

Los que viven en la verdad son hijos del Padre, de quien procede la luz verdadera. No es posible ser hijos de Dios, y al mismo tiempo, ser hijos del diablo.

La mentira del error es como el veneno.

El amor cubre multitud de faltas pero el amor no puede ocultar la verdad: si lo hiciera, no sería un verdadero amor. Quién corrompe o mutila la verdad está atentando contra Aquel que es el Amor y la Verdad.

No hay caridad sin verdad.

Por último, no se debe olvidar que quien está en la verdad no lo está por méritos propios, sino por la misericordia de Dios.
Satanás, padre del error, no da tregua a los hijos de la luz en su lucha a muerte contra la Verdad; pero él, como sus inicuos siervos de las tinieblas, saben que la victoria final es de Cristo Dios: la única y todopoderosa Verdad.

¡Gloria y adoración sólo a Ti, Santísima Trinidad único y verdadero Dios!

De la revista: Tradición Católica nº 202