jueves, 1 de marzo de 2012

LE DESTRONARON (I)


LOS ORIGENES DEL LIBERALISMO

“¡Si no leéis, tarde o temprano seréis traidores, porque no habréis comprendido la raíz del mal!” Con estas fuertes palabras uno de mis colaboradores recomendaba(1) a los seminaristas de Econe la lectura de buenas obras que traten sobre el liberalismo”.

No se puede, en efecto, ni comprender la crisis actual de la Iglesia, ni conocer la verdadera cara de los personajes de la Roma actual, ni, en consecuencia, captar cuál es la actitud que se debe tomar frente a los hechos, si no se buscan las causas, si no se remonta el curso histórico, si no se descubre la fuente primera en ese liberalismo condenado por los papas de los dos últimos siglos.

Nuestra luz: la voz de los papas

Partiremos, entonces, desde los orígenes, tal como lo hacen los Soberanos Pontífices al denunciar los graves trastornos en curso. Si bien acusan al liberalismo, los papas ven más lejos en el pasado, y todos, desde Pío VI hasta Benedicto XV, relacionan la crisis, reduciéndola, a la lucha entablada contra la Iglesia en el siglo XVI por el protestantismo y el naturalismo, del cual aquella herejía fue la causa y la primera propagadora.

El Renacimiento y el naturalismo

El naturalismo se encuentra ya en el Renacimiento, que en su esfuerzo por recuperar las riquezas de las culturas paganas antiguas, de la cultura y del arte griegos en particular, ha llegado a magnificar exageradamente al hombre, la naturaleza, las fuerzas naturales. Exaltando la bondad y el poder de la naturaleza, se menospreciaba y se hacía desaparecer del espíritu de los hombres la necesidad de la Gracia, el destino de la humanidad al orden sobrenatural y la luz aportada por la revelación. Bajo pretexto de arte, se quiso entonces introducir por todas partes, hasta
en las iglesias, ese nudismo -se puede hablar sin exageración de nudismo- que triunfa en la capilla Sixtina en Roma. Sin duda, consideradas desde el punto de vista artístico, esas obras tienen su valor, pero por desgracia, prima en ellas el aspecto sensual de exaltación de la carne totalmente opuesto a la enseñanza del Evangelio: “pues la carne codicia contra el espíritu, dice San Pablo, y el espíritu lucha contra la carne” (Gal 5,17)

No condeno ese arte, si se reserva a los museos profanos, pero no veo en él un medio de expresar la verdad de la Redención, es decir, la feliz sumisión a la Gracia de la naturaleza reparada. Mi juicio es muy distinto con respecto al arte barroco de la contrarreforma católica, especialmente en los países que resistieron al protestantismo: el barroco hará uso todavía de angelitos regordetes, pero ese arte de puro movimiento y de expresiones a veces patéticas, es un grito de triunfo de la Redención, un canto de victoria del catolicismo sobre el pesimismo de un protestantismo frío y desesperado.

El protestantismo y el naturalismo

Puede parecer extraño y paradójico calificar al protestantismo de naturalismo. Nada hay en Lutero de esa exaltación de la bondad intrínseca de la naturaleza, porque, según él, la naturaleza está irremediablemente caída y la concupiscencia es invencible. Sin embargo, la mirada excesivamente nihilista que el protestante tiene sobre sí mismo, desemboca en un naturalismo práctico: a fuerza de menospreciar la naturaleza y de exaltar el poder de la sola fe”, se relegan la Gracia divina y el orden sobrenatural al domino de las abstracciones. Para los protestantes, la gracia no opera una verdadera renovación interior; el bautismo no es la restitución de un estado sobrenatural habitual, es, solamente, un acto de fe en Jesucristo que justifica y salva. La naturaleza no ha sido restaurada por la gracia, permanece intrínsecamente corrompida; y la fe sólo obtiene de Dios que eche sobre nuestros pecados el manto púdico de Noé. Todo el organismo sobrenatural que el bautismo agrega a la naturaleza enraizándose en ella, todas las virtudes infusas y los dones del Espíritu Santo, son reducidos a nada, reducidos a ese solo acto furioso de fe –confianza en un Redentor que no concede la gracia mas que para retirarse lejos de su criatura, dejando un abismo insalvable sobre el hombre definitivamente miserable y el Dios trascendente tres veces santo. Ese pseudo-supernaturalismo, como lo llama el Padre Garrigou Lagrange, deja finalmente al hombre, a pesar de haber sido redimido, librado a la sola fuerza de sus virtualidades naturales; se hunde fatalmente en el naturalismo ¡De manera que los extremos opuestos se unen! Jacques Maritain expresa bien el desenlace naturalista del luteranismo:

“La naturaleza humana sólo tendrá que rechazar como un vano accesorio teológico, el manto de una gracia que no es nada para ella y cubrirse con su fe-confianza, para convertirse en esa hermosa bestia liberada, cuyo infalible progreso continuo encanta hoy al universo entero.”(2)

Y ese naturalismo se aplicará especialmente al orden cívico y social: siendo la Gracia reducida a un sentimiento de “feconfianza”, fiduciario, la redención sólo consistirá en una religiosidad individual y privada, sin consecuencias en la vida pública. El orden público, económico y político queda condenado a vivir y desarrollarse fuera de Nuestro Señor Jesucristo. En todo caso, el protestantismo buscará en el éxito económico el criterio de su justificación ante los ojos de Dios; con este sentido inscribiría de buen grado sobre la puerta de su casa aquella frase del antiguo testamento: “Rinde honor a Dios de tus bienes, dale primicias de tus ganancias, entonces tus graneros se llenarán abundamente y tus cubas desbordarán de vino”.

Jacques Maritain tiene excelentes páginas sobre este materialismo del protestantismo, que dará nacimiento al liberalismo económico y al capitalismo:

“Detrás de las llamadas de Lutero al Cordero que salva, detrás de sus movimientos de confianza y su fe en el perdón de los pecados, hay una criatura humana que levanta la cabeza y que hace muy bien sus negocios en el fango donde está sumergida a causa de la falta de Adán! Se desenvolverá en el mundo, seguirá la voluntad de poder, el instinto imperialista, la ley de este mundo que es su mundo. Dios no será más que un aliado, un poderoso”. (op. cit. P.52-53).

El resultado del protestantismo es que los hombres se apegarán más aún a los bienes de este mundo y olvidarán los bienes eternos. Y si un cierto puritanismo viene a ejercer una vigilancia exterior sobre la moralidad pública, no impregnará los corazones del espíritu verdaderamente cristiano, que es un espíritu sobrenatural que se llama primacía de lo espiritual. El protestantismo se verá conducido necesariamente a proclamar la emancipación de lo temporal en relación a lo espiritual. Ahora bien, justamente esta emancipación va a reencontrarse en el liberalismo. Los papas tuvieron entonces mucha razón al denunciar este naturalismo de inspiración protestante como el origen del liberalismo que, trastornará la cristiandad en 1789 y 1848 –Así León XIII:

“Más esta osadía de tan pérfidos hombres, que amenaza cada día más graves ruinas a la sociedad civil, y que estremece todos los ánimos en inquietantes preocupación, tomó su causa y origen de las ponzoñosas doctrinas que, difundidas entre los pueblos como viciosas semillas en tiempos anteriores, han dado a su tiempo tan pestíferos frutos.
Pues bien sabéis, Venerables hermanos, que la cruda guerra que se inició contra la fe católica, por los novadores, ya desde el siglo decimosexto, y que ha recrudecido con creciente furia de día en día hasta el presente, tendía únicamente a desechar toda revelación y todo orden sobrenatural para abrir la puerta a los inventos, o más bien delirios, de la sola razón.”
(3)

Y más cercano a nosotros el Papa Benedicto XV:

“Desde los tres primeros siglos y desde los orígenes de la Iglesia, en el curso de los cuales la sangre de los cristianos fecunda la tierra entera, se puede decir que jamás la Iglesia corrió tal peligro como aquél que se manifiesta a fines del siglo XVIII. Entonces una filosofía en delirio, continuación de la herejía y la apostasía de los Innovadores, adquirió sobre los espíritus un poder universal de seducción y provocó una transformación total, con el propósito determinado de destruir los cimientos cristianos de la sociedad, no sólo en Francia, sino poco a poco en todas las naciones”.(4)

Nacimiento del naturalismo político

El protestantismo constituyó un ataque muy duro contra la Iglesia y causó un desgarramiento profundo de la cristiandad en el siglo XVI, pero no llegó a impregnar las naciones católicas con el veneno de su naturalismo político y social sino cuando ese espíritu secularizante alcanzó a los universitarios, y luego a aquellos que llamamos los “Filósofos de las luces”.

En última instancia, filosóficamente, el protestantismo y el positivismo jurídico tienen origen común en el nominalismo surgido en la decadencia de la Edad Media, que conduce tanto a Lutero, con su concepción puramente extrínseca y nominal de la Redención, como a Descartes, con su idea de una ley divina indescifrable, sometida al puro arbitrio de la voluntad de Dios. Toda la filosofía cristiana afirmaba por el contrario, con Santo tomas de Aquino, la unidad de la ley divina eterna y de la ley humana natural: “la ley natural sólo en una participación a la ley eterna en la criatura razonable”, escribe el Doctor Angélico (I-II 91,2). Pero con Descartes ya se pone un hiato entre el derecho divino y el derecho humano natural. Tras él, los universitarios y juristas, no tardarán en practicar la misma escisión. Así, Hugo Grotius (1625) a quien resume Paul Hazard:

“Y el derecho divino? Gropius trata de salvaguardarlo. Lo que acabamos de decir, declara él, valdría aún cuando otorgásemos –lo que no puede ser concedido sin un crimen- que no hay Dios, o que lo asuntos humanos no son el objeto de sus cuidados. Dios y la Providencia existen sin ninguna duda, he aquí, entonces una fuente de derecho, además de aquella que emana de la naturaleza. “Ese derecho natural mismo, puede ser atribuido a Dios, porque la divinidad ha querido que tales principios existieran en nosotros” La Ley de Dios, la ley de la naturaleza…, continúa Paul Hazard, esta doble fórmula, no es Grotius quien la inventa (…) la Edad Media la conocía ya. ¿Dónde está su carácter novedoso? ¿De donde viene que sea criticada, condenada por los doctores? ¿Para quién es luminosa? La novedad consiste en la naciente separación de dos términos; en su oposición, que tiende a afirmarse; en una tentativa de conciliación posterior, que por sí sola supone la idea de una ruptura”(5)

El Jurista Pufendorf (1672) y el filósofo Locke (1689) darán el último toque a la secularización del derecho natural. La filosofía de las luces imagina un “estado de naturaleza” que no tiene nada que ver con el realismo de la filosofía cristiana y que culminada en el idealismo con el mito del buen salvaje” de Jean Jacques Rousseau. La ley natural se reduce a un conjunto de sentimientos que el hombre tiene de sí mismo y que son compartidos por la mayor parte de los hombres; en Voltaire se encuentra el diálogo siguiente.

“B. ¿Qué es la ley natural?
A. El instinto que nos hace sentir la justicia.
B. ¿A qué llama usted justo e injusto?
A. A lo que parece tal al universo entero
.(6)

Tal conclusión es el fruto de una razón desorientada, que en su sed de emancipación con respecto a Dios y a su revelación, ha cortado igualmente los puentes con los simples principios del orden natural, recordados por la revelación divina sobrenatural y confirmados por el magisterio de la iglesia. Si la Revolución ha separado al poder civil del poder de la Iglesia, es, originariamente, porque ella, desde hacía tiempo, había separado, en aquellos que se engalanaban con el nombre de filósofos, la fe y la razón. No es un despropósito recordar lo que enseña con respecto a este punto el concilio Vaticano I:

“Y no sólo no pueden jamás disentir entre si la fe y la razón, sino que además se prestan mutua ayuda, como quiera que la recta razón demuestra los fundamentos de la ley y, por la luz de ésta, ilustrada, cultiva la ciencia de las cosas divinas, y la fe, por su parte, libra y defiende a la razón de los errores y la provee de múltiples conocimientos”.
(7)

Mas precisamente, la Revolución se cumplió en el nombre de la diosa Razón, de la razón deificada, de la razón que se erije en norma suprema de lo verdadero y de lo falso, del bien y del mal

Naturalismo, racionalismo, liberalismo

Vosotros podéis ver desde ya, cómo todos esos errores están entrelazados los unos con los otros: liberalismo, naturalismo, racionalismo, no son más que aspectos complementarios de lo que debe llamarse la Revolución. Allí donde la recta razón esclarecida por la fe, no ve más que armonía y subordinación, la razón deificada cava abismos y levanta murallas: la naturaleza sin la gracia, la prosperidad material sin la búsqueda de bienes eternos, el poder civil separado del poder eclesiástico, la política sin Dios ni Jesucristo, los derechos del hombre contra los derechos de Dios, la libertad, en fin, sin la verdad.

Con ese espíritu se hizo la Revolución que se preparaba desde hacía ya más de dos siglos en los espíritus, como he tratado de mostraros, pero sólo a fines del siglo XVIII culmina y da sus frutos decisivos: los frutos políticos, gracias a los escritos de los filósofos, de los enciclopedistas, y de una actividad inimaginable de la masonería
(8), que en algunas décadas había penetrado y establecido núcleos en el un seno de toda la clase dirigente.

La masonería propagadora de esos errores

Con qué precisión y clarividencia los Soberanos Pontífices denunciaron esta empresa, el Papa León XIII lo demuestra en “Quod apostolici” encíclica ya citada, y también en la “Humanum Genus” del 20 de agosto de 1884 sobre la secta de los masones:

“En nuestros días, todos los que favorecen la peor parte parecen conspirar a una y pelean con la mayor vehemencia, siéndoles guía y auxilio la sociedad que llaman de los Masones, extensamente dilatada y firmemente constituida (…) Los Romanos Pontífices, Nuestros Antecesores, velando solícitos por la salvación del pueblo cristiano, conocieron bien pronto quién era y qué quería este capital enemigo apenas asomaba entre las tinieblas de su oculta conjuración (…)”

León XIII, menciona allí los papas que ya han condenado a la masonería: clemente XII, en la Encíclica “In Eminenti”, del 27 de abril de 1738, fulmina una excomunión contra los masones; Benedicto XIV renueva esta condenación en la Encíclica “Próvidas” del 16 de marzo de 1751; Pío VII por la Encíclica “Ecclesiam” del 13 de septiembre de 1821 denuncia especialmente los “Carbonari”, León XII, en su Constitución Apostólica “Quo graviora” del 13 de marzo de 1826 descubre la sociedad secreta “La Universitaria” que trataba de pervertir a la juventud; Pío VII (Encíclica “Traditi” del 24 de mayo de 1829), Pío IX (Alocución consistorial del 25 de septiembre de 1865 y Encíclica “Quanta Cura” del 8 de diciembre de 1864) hablaron en el mismo sentido.

Después, deplorando la poca cuenta que han tenido los gobernantes de tan graves advertencias León XIII constata los progresos espantosos de la secta:

“Vemos como resultado que en el espacio de un siglo y miedo la secta de los masones ha hecho increíbles progresos. Empleando a la vez la audacia y la astucia, ha invadido todos los rangos de la Jerarquía social y ha comenzado a tomar, en el seno de los estados modernos, un poder que equivale a la soberanía”

¡Qué diría ahora cuando
(9) todos los gobiernos obedecen a los decretos de las logias masónicas! Ahora mismo, en el asalto de la Jerarquía de la Iglesia, el espíritu masónico o la masonería misma progresan sólidamente. Volveremos sobre este tema.

¿Qué es entonces el espíritu masónico? Helo aquí declarado en pocas palabras por boca del senador Goblet d´Aviello, miembro del Gran-Oriente de Bélgica, hablando el 5 de agosto de 1877 a la logia de los Amigos Filantrópicos de Bruselas:

“Decid a los neófitos que la Masonería… es ante todo una escuela de vulgarización y de perfeccionamiento, una especie de laboratorio donde las grandes ideas de la época vienen a combinarse y a afirmarse para esparcirse en el mundo profano bajo una forma palpable y práctica. Decidles, en una palabra, que
somos la filosofía del liberalismo”.

Es bastante deciros, queridos lectores, que aunque no la nombre siempre, la masonería es el centro de los temas de los cuales voy a hablaros en todos los capítulos siguientes.

Notas:
(1) Padre Paul Aulagnier, 17 sde septiembre de 1981.
(2) “Tres Reformadores”, p.25.
(3) Encíclica “Quod apostolici”, de 28 de diciembre de 1878.
(4) Carta “Anno Jam exeunte” del 7 de marzo de 1917, PIN. 486 (PIN:confrontar bibliografía).
(5) “La crisis de conciencia europea”, 1680-1715, Paris, Fayard, 1961
(6) Voltaire, Diálogos filosóficos, A.B.C., 1768, “Cuarta entrevista”, “De la ley natural y de la curiosidad”, citado por Paul Hazard, op. Cit.
(7) Constitución de “fide catholica” “Dei Filius” Dz 1799.
(8) 1517: rebelión de Lutero, que quema la Bula del Papa en Wittenberg.
1717: fundación de la “Gran Logia de Londres”.
(9) Tampoco se debe excluir a los países comunistas, ya que el partido comunista es simplemente una sociedad masónica, con la única diferencia que es perfectamente legal y pública.

LE DESTRONARON
Mons. Marcel Lefebvre

Trascrito por Inmaculada