domingo, 18 de agosto de 2013

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (X)


CAPÍTULO 10

Que el propio conocimiento no causa desmayo,
sino antes ánimo y fortaleza. 

Hay otro bien grande en este ejercicio del propio conocimiento, que no sólo no causa desmayo ni cobardía, como le podría por ventura parecer a alguno, antes da grande ánimo y fortaleza para todo lo bueno. Y la razón de esto es, porque cuando uno se conoce a sí, ve que no tiene en qué estribar en sí, y desconfiando de sí, pone toda su confianza en Dios', en el cual se halla fuerte y poderoso para todo. De aquí es que éstos son los que pueden emprender y acometer cosas grandes, y los que salen con ellas: porque como lo atribuyen todo a Dios y nada a sí, toma Dios la mano y hace suyo el negocio, y se encarga de él, y entonces quiere Él hacer maravillas y cosas grandes por instrumentos y medios flacos [para descubrir las riquezas de su gloria en los vasos de misericordia que son los escogidos] (Rom 9, 23). Para mostrar las riquezas y tesoros de sus misericordias, quiere Dios por vasos e instrumentos flacos y miserables hacer cosas maravillosas. En los vasos de mayor flaqueza suele poner los tesoros de su fortaleza, porque de esa manera resplandece más su gloria.  

Esto es lo que dijo el mismo Dios a San Pablo; cuando fatigado de sus tentaciones daba voces pidiendo le librase de ellas, le respondió Dios (2 Cor 2, 9): Te basta mi gracia, por muchas tentaciones y flaquezas que sientas, porque la virtud de Dios se muestra más perfecta y más fuerte, cuando es mayor la enfermedad y flaqueza. Así como el médico gana más honra mientras la enfermedad es mayor y más peligrosa, así mientras más flaqueza hay en nosotros, más honra gana el brazo de Dios. Así declaran este lugar San Agustín y San Ambrosio. Pues por eso, cuando uno se conoce y desconfía de sí, y pone toda su confianza en Dios, entonces acude y ayuda su Majestad; y, por el contrario, cuando uno va confiado de sí y de sus medios y diligencias, es desamparado. Esta dice San Basilio, que es la causa por que muchas veces en algunas fiestas principales, cuando nosotros deseábamos y pensábamos tener mejor oración y más devoción, tenemos menos, porque íbamos confiados en nuestros medios y en nuestras diligencias y preparaciones; y otras veces, cuando menos pensamos, somos prevenidos con grandes bendiciones de dulzura, para que entendamos que ésa es gracia y misericordia del Señor, y no diligencia ni merecimiento nuestro. 

De manera que el conocer uno su flaqueza y miseria no desmaya ni acobarda, antes anima y esfuerza más, porque hace desconfiar de sí y poner toda la confianza en Dios. Y eso es también lo que dice el Apóstol (2 Cor 12, 10): [Cuando estoy enfermo, entonces soy más poderoso]. Esto es: [cuando me humillo, entonces soy ensalzado]. Así lo declaran San Agustín y San Ambrosio: Cuando me humillo y abato, y conozco que no puedo ni valgo nada, entonces soy ensalzado y levantado; mientras más conozco y veo mi enfermedad y flaqueza, poniendo los ojos en Dios, me hallo más fuerte y más esforzado para todo, porque Él es toda mi confianza y fortaleza (Jer 17, 7). 

De aquí se entenderá que no es humildad, ni nacen de ella, unos desmayos y descaecimientos que nos suelen venir, unas veces acerca de nuestro aprovechamiento, pareciéndonos que nunca hemos de poder alcanzar la virtud, ni vencer la mala condición e inclinación que tenemos; otras, acerca de los oficios y ministerios en que nos pone o puede poner la obediencia: Si tengo yo de ser para confesar, si tengo de ser para andar en misiones o para otras cosas semejantes. Parece esto humildad, pero muchas veces no lo es; antes nace de soberbia, porque pone uno los ojos en sí, como si por sus fuerzas, industrias o diligencias hubiera de poder aquello, habiéndolos de poner en Dios, en el cual hemos de quedar muy esforzados y animados. (Sal 26, 1-3): [El Señor es mi lumbre y mi salud, ¿a quién temeré? El Señor es defensor de mi vida, ¿de quién habré miedo?] Si se levantaren contra mi ejércitos, no temerá mi corazón; si se levantaren contra mi batallas, en Dios esperaré (Sal 22, 4): Aunque ande en medio de la sombra de la muerte, y aunque llegue hasta las puertas del infierno, no temerá mi corazón, porque Vos, Señor, estáis conmigo. ¡Con qué diversidad de palabras dice al santo Profeta una misma cosa! Y tenemos los Salmos llenos de esto, para significar la abundancia del afecto y confianza que él tenía y nosotros hemos de tener en Dios. (Sal 17, 30): En mi Dios pasaré el muro, por alto que sea; no se me pondrá nada delante; Él vencerá los gigantes con las langostas; en mi Dios hollaré los leones y dragones; con la gracia y favor del Señor seremos fuertes. (Sal 17, 35): [Dios enseñó mis manos para la batalla; Vos, Señor, dais a mis brazos la fortaleza de un arco de metal]. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J