martes, 27 de agosto de 2013

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XI)


CAPITULO 11 

De otros bienes y provechos grandes que hay en el 
ejercicio del propio conocimiento

Uno de los principales medios que podemos poner de nuestra parte para que el Señor nos haga mercedes y nos comunique grandes dones y virtudes, es humillarnos y conocer nuestra flaqueza y miseria. Y así decía el Apóstol San Pablo (2 Cor, 12, 9): De muy buena gana me gloriaré en mis flaquezas, enfermedades y miserias, para que así more en mí la virtud de Cristo. Y San Ambrosio., sobre aquellas palabras: [Me huelgo y me glorío en mis enfermedades], dice: Si se ha de gloriar el cristiano, ha de ser en su bajeza y poquedad, porque ése es el camino para crecer y valer de Dios. San Agustín trae a este propósito aquello del Profeta (Sal 67, 10): [Lluvia voluntaria darás, Señor, a tu heredad; ella enfermó, y Tú la recreaste]. La lluvia voluntaria y graciosa de sus dones y gracias, ¿cuándo pensáis que la dará Dios a su heredad, que es el alma? Cuando ella conociere su enfermedad y miseria, entonces la perfeccionará Dios, y caerá sobre ella la lluvia voluntaria y graciosa de sus dones. Así como acá los pobres mendigos, mientras más descubren su pobreza y sus llagas a los hombres ricos y misericordiosos, más les mueven a piedad y más limosnas reciben de ellos; así, mientras más uno se humilla y se conoce, y mientras más descubre y confiesa su miseria, más convida e inclina la misericordia de Dios a que se compadezca y apiade de él, y le comunique con mayor abundancia los dones de su gracia (Is 40, 29]: [Quien al cansado da fuerzas y hace fuertes y esforzados a los que parece que no tienen ser].

Para decir en breve los bienes y provechos grandes de este ejercicio, digo que para todas las cosas es remedio universal el propio conocimiento. Y así, en las preguntas que se hacen en las conferencias espirituales que solemos tener, de dónde nace tal cosa y qué remedio para ella, casi en todas podemos responder que aquello nace de falta de conocimiento propio, y que el remedio sería conocerse a sí mismo y humillarse. Porque si preguntáis de dónde nace el juzgar a mis hermanos, digo que de falta de conocimiento propio; porque si anduvieseis dentro de vos, tendríais tanto que mirar y llorar vuestros duelos, que no tendríais cuenta con los ajenos. Si preguntáis de dónde nace hablar a mis hermanos palabras ásperas y mortificativas, también nace de falta de conocimiento propio; porque si vos os conocierais y os tuvieseis por el menor de todos, y a cada uno le miraseis como a superior, no tendríais atrevimiento para hablarles de esa manera. Si preguntáis de dónde nacen las excusas, las quejas y murmuraciones, por qué no me dan esto o lo otro, o por qué me tratan de esta manera, que está que nacen de eso. Si preguntáis de dónde nace el turbarse y entristecerse uno demasiado, cuando es molestado de tales o tales tentaciones, o cuando ve que cae muchas veces en algunas faltas, y melancolizarse y desanimarse con eso, también nace de falta de propio conocimiento: porque si tuvieseis humildad y consideraseis bien la malicia de vuestro cerrazón, no os turbaríais ni desmayaríais por eso, antes os espantaríais cómo no pasan peores cosas por vos, y cómo no dais mayores caídas: y andaríais alabando y dando gracias a Dios porque os tiene de su mano para que no caigáis en lo que cayerais si Él no os tuviera. De una sentina y manantial de vicios, ¿qué no ha de brotar? De tal muladar, tales olores como ésos se han de esperar: y de tal árbol, tal fruto. Sobre aquellas palabras del Profeta (Sal 102, 14): [Se acordó que somos polvo], dice San Anselmo: ¿Qué mucho que el viento se lleve al polvo? Si pedís remedio para tener mucha caridad con vuestros hermanos, para ser obediente, para ser paciente, para ser muy penitente, aquí hallaréis remedio para todo. 

De nuestro Padre San Francisco de Borja leemos que yendo de camino le encontró un señor de estos reinos, amigo suyo, y cómo le vio que andaba con tanta pobreza e incomodidad, condoliéndose de él, le rogó que tuviese más cuenta con su persona y regalo. Le dijo el Padre con alegre semblante y mucha disimulación: no le dé pena a vuestra señoría, ni piense que voy tan desapercibido como le parece; porque le hago saber que siempre envío delante un aposentador que tiene aderezada la posada y todo regalo. Le preguntó aquel señor quién era este aposentador. Respondió: Es mi propio conocimiento y la consideración de lo que yo merezco, que es el infierno por mis pecados; y cuando con este conocimiento llego a cualquier posada, por desacomodada y desapercibida que esté, siempre me parece más regalada de lo que yo merezco. 

En las Crónicas de la Orden de los Predicadores se cuenta de la bienaventurada Santa Margarita, de la dicha Orden, que una vez hablando con ella un religioso, gran siervo de Dios y muy espiritual, entre otras cosas le dijo cómo él había suplicado a Dios muchas veces en la oración, que le mostrase el camino que los Padres antiguos habían llevado para agradarle tanto y recibir de su mano las muchas mercedes que recibieron; que estando una noche durmiendo, le fue puesto delante un libro escrito con letras de oro; y luego le despertó una voz que decía: «Levántate y lee»; y que se había levantado y leído estas pocas palabras, pero celestiales y divinas: «Esta fue la perfección de los Padres antiguos: amar a Dios, despreciase a sí mismos, no despreciar a nadie, ni juzgarle.» Y luego desapareció el libro.

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.