jueves, 9 de enero de 2014

LA VIRTUD DE LA HUMILDAD (XV)


CAPÍTULO 15

Del cuarto escalón, que es desear ser despreciados
y tenidos en poco y holgarnos con ello. 

El cuarto escalón para llegar a la perfección de la humildad es que desee uno ser despreciado y tenido en poco de los hombres, y que se huelgue con las deshonras, injurias y menosprecios. Dice San Bernardo: «El verdadero humilde desea ser tenido de los otros en poco, no por humilde, sino por vil, y se goza en eso.» Este es el segundo grado de humildad, y en esto consiste la perfección de él; y por esto, dice, se compara la humildad al nardo, hierba pequeña y odorífera, conforme a aquello de los Cantares ( 1, 11): [Mi nardo esparció su olor]; porque entonces se extiende y esparce el olor de este nardo de la humildad a los demás, cuando no sólo vos os tenéis en poco, sino queréis y deseáis que los demás también os desprecien y tengan en poco. 

Nota San Bernardo que hay dos maneras de humildad: una que está en el entendimiento, que es cuando uno mirándose a sí mismo y viendo su miseria y vileza, convencido de la verdad, se tiene en poco y se juzga por digno de todo desprecio y deshonra; otra está en la voluntad, y es, cuando uno quiere ser tenido de otros en poco, y desea ser despreciado y deshonrado de todos. En Cristo nuestro Redentor, dice, no hubo la primera humildad de entendimiento, porque no podía Cristo tenerse así mismo en poco ni por digno de desprecio y deshonra, porque se conocía el muy bien a sí mismo, y sabía que era verdadero Dios e igual al Padre (Filip 2, 6): [No tuvo por género de usurpación tenerse por igual a Dios Padre; y, sin embargo, se apocó y menoscabó a sí mismo tomando forma de siervo]. Mas hubo en Él la segunda humildad de corazón y de voluntad, porque por el grande amor que nos tuvo, quiso abatirse y desautorizarse, y parecer vil y despreciado delante de los hombres. Y así dice (Mt 11,29): Aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón y de voluntad. Sin embargo en nosotros ha de haber ambas humildades, porque la primera sin la segunda es falsa y engañosa. Querer parecer y ser tenido por otro de lo que verdaderamente sois, falsedad y engaño es. El que verdaderamente es humilde, y de veras siente bajamente de sí, y se desprecia él a sí mismo y se tiene en poco, se ha de holgar también que los otros le desprecien y tengan en poco.

Esto es lo que hemos de aprender de Cristo. Mirad cuán de corazón y con cuán gran deseo y voluntad abrazó Él desprecios y deshonras por nuestro amor, que no se contentó con abatirse y apocarse, haciéndose hombre y tomando forma y hábito de siervo el que es Señor de los Cielos y de la tierra, sino que quiso tomar forma y hábito de pecador. Dice el Apóstol (Rom 8, 3): Envió Dios a su Hijo en traje y semejanza de hombre pecador. No tomó pecado, porque no pudo caber en Él; pero tomó el cauterio y señal de pecadores porque quiso ser circuncidado como pecador, y bautizado entre pecadores y publicanos, como si fuera uno de ellos, y ser tenido en menos que Barrabás, y ser juzgado por peor y por más indigno de la vida que él. 

Finalmente, era tan grande el deseo que tenía de padecer afrentas, escarnios y vituperios por nuestro amor, que le parecía que se tardaba mucho aquella hora, en la cual, embriagado de amor, había de quedar desnudo, como otro Noé, para ser escarnecido de los hombres. Con bautismo, dice (Lc 12, 50), tengo de ser bautizado, con bautismo de sangre, ¡y cómo vivo en estrechura hasta que se ponga por obra! Con deseo he deseado que se llegue ya esta hora de [comer esta Pascua con vosotros] (Lc 22, 15), en la cual no se verán sino escarnios y vituperios nunca vistos, bofetadas y pescozones, como a esclavo, escupirle su cara como a blasfemo, vestirle de blanco como a loco y de púrpura como a rey fingido, y, sobre todo, los azotes, que es castigo de ladrones y malhechores, y tormento de la cruz en compañía de ladrones, que en aquel tiempo era el más vergonzoso e ignominioso linaje de muerte que había en el mundo. Esto es lo que con gran deseo estaba deseando Cristo nuestro Redentor. Estaba esperando improperios y afrentas, dice el Profeta (Sal 68, 21) en su nombre, como quien esperaba una cosa muy agradable y de que gusta mucho; que de esas cosas es la esperanza, como el temor de las que dan pena y tristeza. Y el Profeta Jeremías dice (Lam 3, 30): [Se hartará de oprobios]: estaba deseando esta hora para hartarse de oprobios, escarnios y afrentas, como de cosa de que Él tenía grande hambre, y de que gustaba mucho, y le era muy sabrosa, por nuestro amor. 

Pues si el Hijo de Dios deseó con tan gran deseo los desprecios y deshonras, y las recibió con tan grande gusto y contento por nuestro amor, no siendo digno de ellas, no será mucho que nosotros, siendo dignos de todo desprecio y deshonra, deseemos por su amor ser tenidos siquiera en lo que somos, y que nos holguemos con las deshonras y menosprecios que merecemos, como lo hacía el Apóstol San Pablo cuando decía (2 Cor 12, 10): Por lo cual me huelgo en las enfermedades, en las injurias, afrentas, necesidades, persecuciones y angustias por Cristo. Y escribiendo los Filipenses (1, 7), tratando de su prisión les pide que le sean compañeros en la alegría que tenía por verse preso en aquella cadena por Cristo. Tenía tan abundancia de gozo en las persecuciones y trabajos que padecía, que podía repartir alegría por los compañeros, y así los convidaba a que participasen de su alegría. 

Esta es la leche que mamaron a los pechos de Cristo los sagrados Apóstoles. Y así leemos de ellos (Hech 15, 41) que iban gozosos y regocijados cuando los llevaban presos delante de los presidentes y sinagogas, y tenían por gran regalo y merced de Dios ser dignos de padecer afrentas e injurias per el nombre de Cristo. 

Esto imitaron después los Santos, como un San Ignacio, que cuando le llevaban a martirizar a Roma con muchos denuestos e injurias, iba con grande alegría y decía: Ahora comienzo a ser discípulo de Cristo. 

Esto quiere nuestro Padre que imitemos nosotros, y nos lo encarga con palabras de grande encarecimiento y ponderación. «Los que entraren y viven en la Compañía han —dice—, de advertir y ponderar delante de nuestro Criador y Señor, en cuánto grado ayuda y aprovecha a la vida espiritual aborrecer en todo, y no en parte, cuanto el mundo ama y abraza, y desear con todas las fuerzas posibles cuanto Cristo nuestro Señor ha amado y abrazado. Y como los mundanos, que siguen el mundo, aman y buscan con tanta diligencia honras, fama y estimación de mucho nombre en la tierra, como el mundo les enseña; así los que van en espíritu y siguen de veras a Cristo nuestro Señor, aman y desean intensamente todo lo contrario, es a saber, vestirse de la misma vestidura y librea de su Señor, por su divino amor y reverencia; tanto, que donde a su Divina Majestad no le fuese ofensa alguna, ni al prójimo imputado a pecado, deseen pasar injurias, falsos testimonios y afrentas, y ser tenidos y estimados por locos, no dando ellos ocasión alguna de ello, por desear parecer e imitar en alguna manera a nuestro Criador y Señor Jesucristo.» En esta regla está cifrado todo lo que podemos decir de la humildad. Esto es haber dejado y aborrecido de veras el mundo y lo más fino de él, que es el apetito deseo de ser tenidos y estimados; esto es estar muertos al mundo y ser de veras religiosos, que como los del mundo desean honra y estimación, y huelgan con ella, así nosotros deseemos deshonras y menosprecios, y nos holguemos con ellos. Esto es ser de la Compañía de JESÚS y compañeros de JESÚS; que le hagamos compañía, no sólo en el nombre, sino en sus deshonras y menosprecios, y nos vistamos su librea siendo afrentados y despreciados del mundo con Él y por Él, y alegrándonos y regocijándonos en eso por su amor. Vos, Señor, fuisteis pregonado públicamente por malo y puesto entre dos ladrones como malhechor; no permitáis que yo sea pregonado por bueno, que no es razón que el siervo sea tenido en más que el Señor, ni el discípulo en más que su Maestro (Mt 10, 24). Pues si a Vos, Señor, os persiguieron y menospreciaron, persíganme a mí, desprécienme, afréntenme, para que así os imite a Vos y parezca discípulo y compañero vuestro. Decía el Padre San Francisco Javier que tenía él por cosa indigna que un hombre cristiano, que ha de traer siempre en la memoria las afrentas que hicieron a Cristo nuestro Señor, guste de que los hombres le honren y veneren. 

EJERCICIO DE PERFECCIÓN Y 
VIRTUDES CRISTIANAS.
Padre Alonso Rodríguez, S.J.