sábado, 20 de septiembre de 2014

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 23


¡VEN, LEVANTATE Y ANDA!

Año 1889, Lourdes (Francia)

El Dr. Boissaire y el P. Valdón, S. J.. refieren, casi con las mismas palabras, un suceso del cual fueron testigos de vista, y es como sigue:

Estando las enfermeras para introducir en la piscina de Lourdes a la señora Facq, de Puente Mousson, de cuarenta y cuatro años de edad y cinco de paralítica, al verla casi agonizando, exclamó una Hermana de la Caridad: "Si la Virgen bendita no la sana, esta señora se muere". Después de invocar a la Inmaculada Virgen de la Gruta, ocho señoras hospitalarias bajan la enferma al agua y ven que fuera del hipo de la muerte y de la lividez de los labios, todo indicaba en ella estar muerta.

Oyese en esto el toque de la campanilla, que anuncia la llegada del Santísimo Sacramento en procesión, y entonces las Hermanas y enfermeras levantan a la moribunda, la visten y la llevan en una camilla fuera, al descubierto, a pesar de la lluvia torrencial que caía. Todos los presentes se postran de rodillas, sin miedo ninguno ni a la lluvia ni al lodo, y una Hermana pretende levantar la cabeza de la enferma para que mire la sagrada Hostia: pero fue en vano, porque al punto la cabeza se volvió a caer y los ojos permanecieron cerrados. Ya había llegado la Hostia santa a la enferma entre el "Hosanna" repetidísimo del pueblo, y yo, escribe el testigo de vista que estaba al lado izquierdo del palio a pocos pasos de la camilla, puedo afirmar, con toda verdad, que he visto a la enferma pasar súbitamente de las garras de la muerte a los brazos de la vida.

En un instante, aquella cabeza se alza, los ojos se abren para fijarse en la sagrada Hostia, y las manos se extienden hacia ella. La moribunda se levanta del todo, y haciendo una señal grande de la cruz, se dirige al Santísimo Sacramento que el Prelado de su propia diócesis, el Obispo de Nancy, traía encerrado en la custodia. "¡De rodillas!", le dijo entonces una señora que la acompañaba: y la enferma cayó profundamente de rodillas al suelo y adoró con suma veneración al divino Salvador, mientras sentía en su cabeza el pie de la custodia que le aplicaba el señor Obispo. Se vuelve luego a levantar y medio vestida y descalza como estaba, los pies metidos en los charcos formados por la lluvia, y asombrada por la alegría y copiosas lágrimas que se vertían, la veo seguir a mi lado un buen rato detrás del palio.

Cuando más tarde le preguntaron qué había sentido en aquel momento: "No sentí nada, respondió, pero vi al Señor, que me dijo: ¡Ven, levántate y anda! Me levanté y eché a andar".

(P. H. Vadón, S. J., Triomphs de Jesus Hostie.—Doctor Boissaire,
Les Grandes Guerisons de Lourdes.)

P. Manuel Traval y Roset