martes, 4 de noviembre de 2014

MILAGROS EUCARÍSTICOS - 25


EL PASO DE UN RIO
Año 1258 París Francia

Venían con mano armada los tártaros sobre la ciudad de Kiovia, en Polonia, destruyendo cuanto encontraban al paso, y llevándolo, todo a sangre y fuego, y como entendiese San Jacinto que los tártaros habían llegado ya a los muros de la ciudad, acabó de celebrar el sacrosanto sacrificio de la Misa, y revestido como estaba, tomó con mucho sosiego el Santísimo Sacramento del altar, ordenando a sus frailes que le siguiesen.

Había en la misma iglesia una imagen de Nuestra Señora, de alabastro, hermosísima y de mucho peso, de la cual el santo era muy devoto, y como él se fuese sin ella, le habló la Imagen, diciendo: «Hijo mío, Jacinto, ¿me abandonas? Llévame en tu compañía, para que no me ultrajen mis enemigos». El Santo respondió que pesaba mucho. La Virgen, le dijo: «Tómala, que mi hijo te la hará ligera y fácil de llevarla».

Entonces el Santo se llegó con muchas lágrimas y reverencia a la Imagen; la tomó en sus brazos, y con ella, que no le pesaba más que una pluma, y con el Santísimo Sacramento, acompañado de los Religiosos se salió del convento.

Llegaron a orillas del rió Dnieper o Boristenes, y no hallando barca ni barquero para transitarlo, se entró animosamente en el agua, y pasó a la otra parte sin mojarse ni aun las suelas de sus zapatos, siguiéndoles los frailes que le acompañaban. El agua respetó no sólo al divino Sacramento, que el Santo llevaba, pero aun al mismo Santo en reverencia del Santísimo Misterio.

Por mucho tiempo quedó marcada sobre las aguas una maravillosa señal, que a manera de estela luminosa indicaba el camino que había seguido San Jacinto.

(P. Pedro de Rivadeneira, S. J., Flos Sanctorum.)

P. Manuel Traval y Roset