martes, 15 de diciembre de 2015

¿OFENSAS O DEUDAS? EL NUEVO PADRE NUESTRO


Esta oración fue cambiada de su tenor tradicional hace ya algunos años por el CELAM (Consejo Episcopal Latinoamericano)…. Su Santidad Juan Pablo II solicitó que en todas parte se rece igual y exhortó a los episcopados a llegar a un único Padre Nuestro. Orden sobremanera curiosa, pues la misa en latín se rezaba en todas partes iguales y ahora no. Por desgracia nadie ha dicho lo obvio, lo sensato: Debe prevalecer el Padre Nuestro de la Tradición, salvo que haya un gravísimo error en la traducción.

Consultemos la Sagrada Escritura. La oración viene expresada in extenso en Mt. 6, 9-13, y en resumen en Lc. 11, 2-4. Fijémonos solamente en una frase cuyo cambio es injustificable. En San Mateo se lee “Perdónanos nuestras deudas así como nosotros perdonamos a nuestros deudores”; mientras San Lucas expresa: “Perdónanos nuestros pecados así como nosotros perdonamos a todo el que esté en deuda con nosotros” San Mateo agrega una breve explicación: “Porque si vosotros perdonáis a otros sus faltas, también os perdonará a vosotros vuestro Padre celestial. Pero, si no perdonáis a los hombres las faltas suyas, tampoco vuestro Padre os perdonará vuestros pecados”.

La nueva liturgia ha cambiado la traducción por esta versión: “Perdónanos nuestra ofensas así como nosotros perdonamos a los que nos ofenden”. Es curioso, si molestaba la voz “deuda”, usada por Jesús mismo, ¿por qué no se empleó “pecado”? Se prefirió acudir a un vocablo nuevo que no aparece en el Evangelio: Ni en el texto mismo de la oración, sea la versión de San Mateo, o la de San Lucas, ni en la explicación agregada por el primero. La nueva traducción no es feliz; porque “ofensa” tiene un matiz muy restringido con respeto a “pecado” o “falta” que son más amplias. Una ofensa implica una relación personal que puede estar ausente en un pecado o falta. Quien viola una norma de tránsito, comete una falta, pero no intenta ofender a nadie. He conocido a personas que niegan haber pecado, por jamás ha estado en su ánimo el ofender a Dios. Dado que no tienen relación con Dios, según ellos, están muy lejos de ofenderle…Aparte de prestar generoso flanco a esta torcida interpretación lo que ya es un defecto de la nueva traducción que habría evitado la voz “pecado” usada por San Lucas o la voz “falta” usada por San Mateo, podemos preguntarnos si el único modo de “estar en deuda” con alguien se debe a una ofensa personal, a un pecado o a una falta. La respuesta obvia es no. Es verdad que, si ofendo a alguien, si peco o cometo una falta, quedo obligado a la restitución correspondiente. Debo reparar para extinguir la deuda. Sin embargo hay otro sentido que no podemos silenciar y que es importantísimo. Y no creamos que, por no estar incluido en la brevísima explicación añadida por San Mateo, sea ajena a la Sabiduría infinita que la enseñaba. Ocurre que me constituyo deudor de toda persona que me hace un favor. Por lo mismo estoy obligado a retribuir. Ya lo dice el antiguo refrán: “amor con amor se paga”. ¿Hay algo más gratuito que el amor? Y, sin embargo, la sabiduría popular había advertido atinadamente que el amado quedaba en deuda y obligado a satisfacer por ella. Dios nos ha dado la vida, la salud, la inteligencia, la libertad, tantos y tantos bienes imposibles de enumerar. Quedamos en deuda con Él. ¿Nos pedirá cuenta de ella? Si nosotros somos generosos y perdonamos a los que, de la misma manera, quedan en deuda con nosotros, la considerará saldada. Creo que es muy difícil perdonar la ingratitud de aquel que nos debe un favor y se desentiende completamente de la deuda así contraída. Tal vez nada sea más difícil de perdonar. El Padre Nuestro, el enseñado por Jesús, incluía este aspecto, tan relevante y de diaria ocurrencia, excluido por la versión novísima.

Pero hay más. En versión original y auténtica, el Padre Nuestro era un buen apoyo de la doctrina del Purgatorio que los protestantes niegan. Porque justamente ese sitio tiene por misión el que paguemos “nuestras deudas”. La confesión borra el pecado. Pero es obvio que, además, es preciso restablecer el orden y restituir, si viene el caso. Esa deuda no extinguida por la confesión es cancelada en el Purgatorio. De paso esta doctrina justifica las famosas “indulgencias” que la iglesia tan generosamente concede y que Lutero jamás entendió. La indulgencia borra la deuda que se paga en el Purgatorio; por ello se aconseja tanto que las apliquemos a nuestros difuntos. Como vemos, con la nueva traducción se perdió algo más que una palabra.

Repitamos la operación que hicimos cuando estudiamos la traducción del Gloria a ver si obtenemos un resultado similar.

kai = et = y

aféis = dimitte = perdona

hemón = nobis = a nosotros (nos)

ta ofeilémata = debita = las deudas (débitos)

hemón = notra = nuestras

hos kai = sicut et = como también

hemón = nos = nosotros

afíemen = dimittimus = perdonamos (condonamos)

tois ofeilétais = debitoribus = a los deudores

hemón = nostris = nuestros

En español debemos invertir levemente el lugar que ocupan los pronombres (nuestras, nuestros) para expresarnos de modo normal. Podemos decir, pues, que la traducción tradicional es perfecta, sigue al “original” y a la versión “auténtica” palabra por palabra. Nada, pues, justifica la nueva versión.

Más no sólo la nueva es claramente inferior a la antigua, lo que ya es motivo más que suficiente para rechazarla, sino que su imposición tuvo un efecto devastador en los países que tuvieron la ineptitud de adoptarla. Porque ¿Qué habrá de verdadero en una Iglesia que no fue capaz, en pasado, ni siquiera de traducir bien el Padre Nuestro? Creo que éste fue uno de los capítulos mejor logrados en la faena de “auto demolición” de nuestra Iglesia. Si se interpretó mal el Padre Nuestro, ¿se interpreta bien el Evangelio? Si se interpretó mal el Padre Nuestro, ¿se interpreta bien el Evangelio en moralidad sexual?…

Hay otro aspecto de la cuestión que no puede ser ignorado. Ya aludimos a la nueva óptica generada por “el culto al hombre” blasfemia impuesta al pueblo de Dios por Pablo VI. Si el objetivo central de nuestro amor es el hombre, cuido el lenguaje de modo de agradarlo a él; más si mi corazón va tras de Nuestro Señor Jesucristo, evito toda infidelidad, amo hasta la más ínfima de sus expresiones, por lo que jamás hubiera aceptado cambiar sus palabras por dura que fuesen a los oídos contemporáneos. Tenemos aquí, pues otro ejemplo del nuevo espíritu que gobierna en la Iglesia y que fue tan bien expresada por Pablo VI en el discurso de clausura del Vaticano II, responsable de lo que llamamos “el espíritu del Concilio”.

Juan Carlos Ossandón Valdés

“LA MISA NUEVA DE PABLO VI”, (Breve examen crítico), Editorial Monasterio – Santiago de Chile 2008.

Texto tomado de Adelante la Fe