viernes, 3 de noviembre de 2017

EGO SUM VERITAS = YO SOY LA VERDAD



31/10/2017 

Hoy se cumplen 500 años desde la rebelión del sacerdote agustino y heresiarca Martín Lutero, en la vigilia de la fiesta de Todos los Santos de 1517, cuando publicó sus «95 Tesis» en el atrio del templo de Wittenberg.

I. Anti-modelo del Evangelio

Nacido en 1483, fraile agustino, quien por no dominar sus pasiones, apostató de su fe y de su religión, excitando a la rebelión, dando los más grandes escándalos públicos. Así azuzaba a los campesinos a la guerra: Corred, matad, destruid, saquead sin escrúpulo: cuanto recojáis es vuestro.

¡Qué fundador de una «iglesia de Cristo»! «Lutero fue un glotón, a menudo borracho, blasfemo, de lenguaje procaz, iracundo de carácter, de pasiones violentas. Pero es bueno, sin embargo, que se sepa además sobre el “hombre Lutero” con su contradictoria psicología, con sus conflictos interiores, con sus altos y bajos, con sus múltiples enfermedades psíquicas y físicas, con sus dramas angustiosos en sus relaciones con la Justicia divina y la imposible abstención del pecado. Su lucha contra las “tentaciones” fue un trabajo de Sísifo».

Así como era descontrolado en el comer, lo era también en el denigrar, en el ofender, en la maledicencia, carente de inhibiciones, con su furia contra los campesinos, su autorización. De la bigamia, su odio feroz e implacable contra sus enemigos, su lenguaje procaz, su ética sexual permisiva, su negación radical de los dogmas de fe, su radical eliminación del estado religioso, y tantas otras cosas más aún que nos hace decir: ¿cómo pudo decir ese Cardenal que Lutero fue «nuestro común Maestro»?[1], también el Papa Bergoglio ha dicho que el heresiarca es un «testigo del Evangelio».

La «Reforma» de Lutero clamó contra diversas fallas de la Iglesia, eran faltas verdaderas como lo reconoce Chesterton: «Es perfectamente cierto que podemos encontrar males reales, que provocaban la rebeldía, en la Iglesia Romana anterior a la Reforma». Pero agrega enseguida «Lo que no podemos encontrar es que uno solo de esos males reales fuera reformado por la Reforma».

«La Revolución religiosa comenzó con el “libre examen” de Lutero, erigiéndose en criterio personal, en norma suprema de la verdad cristiana. En vez de aceptar el hombre las verdades de la fe tales como fueron reveladas por Dios e interpretadas y enseñadas por el Magisterio de la Iglesia, su auténtica depositaria, convirtió su propia inteligencia en “cátedra”, aun contra la autoridad de la Iglesia docente».

El Padre Luigi Villa enseña:

La posición de Lutero se reduce a esto:

– una Sola Escritura, sin la Tradición de la Iglesia;

– una Sola Fe, sin las obras;

– una Sola Gracia, sin la colaboración del hombre en su libertad moral;

– un Solo Dios, sin la mediación, para su salvación, de la Iglesia y la intercesión de los Santos.

Lutero deformó el texto de la Carta a los Romanos, (3, 28), donde dice San Pablo que el hombre se justifica por la fe, sin que en ese texto original figure la palabra «sola», que añadió por su cuenta el heresiarca en la traducción de la Biblia al alemán.

II. Lutero el blasfemo

Vamos directamente a esta blasfemia sin nombre: Cristo -dice Lutero- cometió adulterio por primera vez con la mujer de la fuente de quien nos habla San Juan. ¿No se murmuraba en torno a Él? ¿Qué hizo, entonces, con ella? Después, con Magdalena; enseguida, con la mujer adúltera, que El absolvió tan livianamente. Así, Cristo, tan piadoso, también tuvo que fornicar antes de morir («Propos de table», núm. 1472, ed. de Weimar II, 107 – cfr. op. cit., pág. 235).

Leído esto, no nos sorprende que Lutero piense -como apunta Funck-Brentano- que ciertamente Dios es grande y poderoso, bueno y misericordioso (…), pero estúpido —Deus est stultissimus— («Propos de table», núm. 963, ed. de Weimar, I, 478). Es un tirano. Moisés procedía, movido por su voluntad, como su lugarteniente, como verdugo que nadie superó, ni aún igualó, en asustar, aterrorizar y martirizar al pobre mundo (op. cit., pág. 230).[2]

Lutero -comenta Funck-Brentano- llega a declarar que Judas, al traicionar a Cristo, procedió bajo la imperiosa decisión del Todopoderoso. Su voluntad (la de Judas) era dirigida por Dios; Dios lo movía con su omnipotencia. El propio Adán, en el paraíso terrenal, fue obligado a proceder como procedió. Estaba colocado por Dios en tal situación, que le era imposible no prevaricar (op. cit., pág. 246).

Aún coherente con esta abominable secuencia, en un panfleto titulado «Contra el pontificado romano fundado por el diablo», de marzo de 1545, Lutero no llamaba al Papa de Santísimo, según la costumbre de aquel tiempo, sino de infernalísimo (cfr. op. cit., págs. 337-338).

«Cuando la Misa haya sido subvertida, yo estoy convencido de que habremos subvertido con ella al papismo. (…). Declaro que todos los prostíbulos, los homicidios, los robos, los asesinatos y los adulterios ¡son menos malvados que esa abominación que es la Misa de los papas!».

III. Testaferro de la Revolución

La esencia de la Revolución tiene su origen en la rebelión gnóstica e igualitaria de Lucifer cuando expresó aquella frase que es la síntesis de la soberbia endiosada, y que han repetido a través de los siglos todos aquellos que se atribuyeron como propios los bienes recibidos: «Non serviam», «No quiero servir».[3] Grito que estableció en el Cielo la primera de todas las revoluciones.

En un terreno abonado por las teorías del humanismo y del renacimiento, Lutero encabezó hace cinco centurias la más importante rebeldía de los tiempos modernos. El humanismo fue reconocidamente un movimiento cultural, pero fue también un retorno al paganismo bajo el disfraz cultural.

El siglo XVIII fue testigo del desarrollo más de la rebelión que alcanzó su punto culminante con la exaltación de la razón. Devino la segunda etapa con la Revolución Francesa que renegó del Cristianismo la religión revelada, para entronizar a la fabricada «diosa razón», por lo que fueron llamados racionalistas.

«No pusieron en cuestión la existencia de Dios, por cierto, pero negaron a la Iglesia y negaron a Cristo como Verbo encarnado, aceptándolo sólo como una gran personalidad. Y aun aquel Dios, cuya existencia toleraron, ya no era el Dios uno y trino, sino un Dios remoto y vaporoso, el Supremo Arquitecto, idea inspirada en el espíritu de la masonería, que fue la gestora principal de aquella Revolución. En fin, tratose de una exaltación desmesurada de la naturaleza, con la consiguiente exclusión del entero orden sobrenatural».[4]

En 1917 se desató la tercera etapa de la rebelión. Un nuevo punto de partida para la Revolución –«la más trágica de la historia, la más sangrienta, la etapa del marxismo en el poder, vástago de la Revolución francesa, como se encargaron de señalarlo los iniciadores del nuevo movimiento. El comunismo es primariamente un fenómeno teológico, o mejor, anti-teológico. Con su anti-teísmo militante no se contentará con negar a la Iglesia (como lo hizo el protestantismo), ni a la Iglesia y a Cristo (como el deísmo racionalista), sino que pretenderá oponerse al mismo Dios. La forma que asumió fue la de una “religión invertida”, la religión de la anti-teología, algo realmente demoniaco, considerando a la religión revelada por Dios como “el opio del pueblo”».[5]

El marxismo no es el efecto de una circunstancia ocasional, sino que está en perfecta continuidad con las subversiones anteriores. Ideología que Nuestra Señora de Fátima llamó error.

Como tampoco es la actual IV etapa de la rebelión: la revolución del paganismo tribal con el desmoronamiento del pudor, la rápida desaparición de las fórmulas de cortesía… que busca tribalizar también la esfera espiritual.[6]

La obra de Lutero básicamente consistió en el desmantelamiento de toda la base de la Iglesia, tal como se había afirmado durante los quince siglos precedentes a su rebelión.

Con la teoría del sacerdocio de los fieles sembró la semilla del moderno igualitarismo, que devino en otras desconstrucciones doctrinales como la abolición del celibato eclesiástico, la secularización de la vida diaria eliminando festividades religiosas, el abandono de la ley canónica, etc. Dio a luz al desprecio por el derecho natural, la ruptura entre cristiano y ciudadano, y la adoración del Estado.

IV. Jesucristo Rey del Universo, la fiesta anti-Lutero

Desde la rebelión de Martín Lutero, los protestantes celebran el domingo anterior al 31 de octubre el Domingo de la Reforma.

EL Papa Pío XI al instituir la fiesta de Jesucristo Rey del Universo, en 1925, había decretado «que se celebre en todas las partes de la tierra el último domingo de octubre, esto es, el domingo que inmediatamente antecede a la festividad de Todos los Santos».[7] Trasladada, tras el Vaticano II al último domingo del año litúrgico.

«De esta manera los misterios de la vida de Cristo conmemorados durante el año terminarán y quedarán coronados con esta solemnidad de Cristo Rey, y antes de celebrar la gloria de Todos los Santos, se celebrará y se exaltará la gloria de Aquel que triunfa en todos los santos y elegidos».[8]

El plan de Satán, de la Revolución, de los enemigos de Cristo, es eliminarlo definitivamente de la sociedad, de las familias, de los individuos, para levantar un orden de cosas en el que El deje de ser el fundamento: «¡No queremos que Este reine sobre nosotros!».

Así Pío XI en su extraordinaria encíclica Quas primas llamó peste a la ideología laicista, denunciando con claridad profética que ésta comienza por negar la soberanía de Cristo sobre todas las gentes, y que consecuentemente con sus malvados intentos se niega a la Iglesia, el derecho, que es consecuencia del derecho de Cristo, de enseñar al linaje humano, de dar leyes, de regir a los pueblos, en orden -claro es- a la bienaventuranza eterna y equiparando ignominiosamente a la Iglesia, Cuerpo místico de Cristo, con las falsas religiones. Aún más, el Pontífice alertaba ya de los intentos de sustituir la religión divina por una cierta religión natural, por un cierto sentimiento natural. Ni tampoco faltaron naciones que juzgaron poderse pasar sin Dios y hacer religión de la impiedad y del menosprecio de Dios. Luminosas y proféticas enseñanzas del Papa Ratti.

El dogma de Cristo Rey es sinónimo del dogma «Fuera de la Iglesia no hay salvación», es sumisión a su Doctrina y a su enseñanza: «Reino de Verdad y de Vida». «Yo soy el camino, y la verdad, y la vida; nadie va al Padre, sino por Mí» (Jn 14, 6).

Quién mejor para cerrar este artículo que un grande: Emilio Castellar:

Oíd jóvenes, estaban en el Capitolio de Roma, todos los dioses que entonces adoraba el mundo, allí estaba el Isis y Osiris de los egipcios, allí el Baal y la Melita de los babilonios, allí el Ormuzd y el Ahrimán de los persas, allí el Júpiter y la Venus de los griegos, allí el Baco y el Jano de los romanos, allí estaban sobre aquellos pedestales de mármol recibiendo las adoraciones y la sangre de los sacrificios de la humanidad, de pronto se abre de par en par la puerta del augusto templo y entra un misterioso personaje: lleva sobre su cabeza una corona de espinas, sobre su espalda arrastra una pesada Cruz, avanza lentamente, dejando detrás de sus pisadas las huellas de su sangre, llega al centro del famoso templo y yergue con magnifica majestad su cabeza y exclama: Ego sum veritas = Yo soy la Verdad, y aquellos dioses falsos del paganismo se bambolean, se derrumban, caen, se convierten en polvo, y el misterioso personaje avanza, y sobre aquél polvo de todas las falsas divinidades del mundo pagano, levanta Él su altar y dice a las generaciones humanas que pasan: Ego sum veritas, Ego sum caritas, Yo soy la Verdad, Yo soy el Amor, y el mundo regenerado y redimido cayó de rodillas delante de Jesucristo, porque era la Verdad y era la Caridad, es decir, era el Verdadero Dios.

Germán Mazuelo-Leytón


[1] VILLA, P. LUIGI, La teología de Martín Lutero.

[2] Cf.: CORREA DE OLIVEIRA, Prof. PLINIO, Lutero: ¡No y no!

[3] JEREMÍAS 2, 20.

[4] Cf.: SÁENZ S.J., P. ALFREDO, La realeza de Cristo y la apostasía del mundo moderno.

[5] Ibid.

[6] MAZUELO-LEYTÓN, GERMÁN, La revolución conduce la nueva Iglesia. http://adelantelafe.com/la-revolucion-conduce-la-nueva-iglesia/

[7] PIO XI, Encíclica Quas primas, nº 30.

[8] Ibid.: nº 31.